El tiro en la cabeza, y el pacto de Saturno

26 de Diciembre de 2016
El investigador Gabriel Baum opina sobre el recorte en ciencia y tecnología: " No puede entenderse de otro modo que como un suicidio nacional"

Por Gabriel Baum, investigador, y director del Lifia.

La forma más rápida y efectiva de suicidarse es pegarse un tiro en la cabeza. Falla pocas veces y la muerte llega en microsegundos, si se toman las precauciones correspondientes y la bala destroza el cerebro.

Eso vale para las personas, y también para los países. Si se quiere liquidar un país rápida y efectivamente, lo mejor es destrozarle el cerebro. El intento de dejar fuera del CONICET a quinientos jóvenes investigadores (felizmente ahora parcialmente detenido, gracias a una gran lucha de la comunidad científica y universitaria), así como también la reducción de los presupuestos de organismos dedicados a la investigación y desarrollo tecnológico como CNEA, CONAE, INTA, INTI, entre otros, y los recortes presupuestarios a las Universidades Públicas, no pueden entenderse de otro modo que como un suicidio nacional, precisamente, con un tiro en la cabeza. Algo que si finalmente el gobierno consigue concretar, sera una más de las tantas muertes de nuestras capacidades de generar conocimiento.

A diferencia de la mayoría de las personas, los países tienen la posibilidad de la resurrección. El problema es que toman mucho tiempo, y significan años y décadas de retraso económico, tecnológico, social y cultural. Ya lo sufrimos con la noche de los bastones largos de Onganía, con la dictadura civico-militar del 76', con el menemismo y Cavallo, que mandó a los científicos a lavar los platos. La resurrección de la última década apenas logró algunos pocos pero significativos avances, aunque sin cambiar sustancialmente la concepción cientificista y jerárquica del CONICET ni el divorcio entre ciencia básica y aplicada, ni el desarrollo tecnológico al servicio de las necesidades de las mayorías. El nuevo intento de suicidio se inscribe en la nefasta lista anterior. Pero no es raro, siempre que se quiso someter a nuestro país (y a cualquier país) a la dependencia colonial, uno de los primeros pasos fue el tiro en la cabeza, la destrucción del sistema nacional de producción de conocimientos. Las colonias no deben producir conocimientos o tecnologías propias, solo deben utilizar las generadas en la metrópoli.

La reducción de presupuestos para todo el sistema de ciencia y tecnología y de educación superior, no solamente conlleva la paralización de importantes proyectos y líneas de investigación, también afecta y afectará el desarrollo económico y social del país. No es necesario ejemplificar ni argumentar mucho, es obvio que no es posible desarrollar ni competir en la economía del conocimiento sin invertir fuertemente en la producción de conocimientos; mucho menos, retaceando recursos para formar nuevas generaciones de trabajadores del conocimiento. Áreas clave para el desarrollo nacional, que han tenido un desarrollo importante en los últimos años (software, biotecnología, aeroespacial, satelital, entre otras) sufrirán inevitablemente, por una u otra vía, una penosa decadencia. Una nueva generación de jóvenes que lenta y trabajosamente se acercó a las ciencias y las ingenierías, sufrirá una frustración, y no será fácil persuadir a las siguientes generaciones acerca de las posibilidades que les podría brindar dedicarse a estas actividades.

En resumen, las consecuencias de las decisiones que hoy se están tomando tendrán consecuencias de largo y muy largo plazo. Sin embargo, como demuestra la decidida actitud de los jóvenes científicos, es posible frenar el ajuste y no volver a tropezar, una vez más, con la misma piedra. No es inevitable el tiro en la cabeza.

Una magnífica pintura de Goya muestra a Saturno comiéndose a uno de sus hijos. La mitología romana cuenta que Saturno, a causa de un pacto con su hermano mayor Titán, obtuvo el favor de reinar, pero al precio de no poder criar a sus hijos; así fue que, para conservar su reinado los fue comiendo uno por uno, ni bien nacían. Sin embargo, uno de ellos, Júpiter, protegido por su madre, sobrevivió, lo enfrentó y finalmente lo venció, reinó y salvó la dinastía. Saturno se convirtió entonces en un simple y olvidado mortal. Buena enseñanza para el ministro Barañao.